Tras un ligero descanso salí a ver Nis. Esta pequeña ciudad serbia es un verdadero caos. Hago algunas fotos y la gente parece incomodarse. Paro a tomar una hamburguesa en un puesto callejero y la mujer que la prepara se desespera por que no hablo serbio. Tanta hostilidad me cansa. Los serbios parecen rencorosos, defensivos y por alguna razón de la que yo no soy partícipe. De nuevo tengo que decir que no me siento cómodo aquí, las miradas que recibo o bien son de burla o bien son de claro rechazo. Así que decido plantarme en mitad de la ciudad a ver qué ocurre. Me tomo la hamburguesa sobre mi moto y veo desfilar a la gente por la caótica calle. De pronto unos niños se acercan a la moto. Les hablo en español y una voz suave me responde en mi propia lengua. Levanto la cabeza y veo a Joanna, quien viene junto su amiga Anna a dar un paseo con sus hijos. De pronto todo cambia. Ellas me muestran esa cara bonita de Serbia que yo aún no había visto por ningún sitio. Lo necesitaba.
Estoy algo nervioso por ver cómo voy a cruzar a Kosovo al día siguiente. Oficialmente los serbios no reconocen la independencia de su ex-región declarada en 2008 tras un referéndum popular. No obstante existe una frontera en toda regla.
Me levanto a las siete y tomo un desayuno rápido. Con algo de nervios en el cuerpo decido preguntar a la recepcionista del hotel cómo es la frontera con Kosovo. Noto cómo le cambia la cara. Me pregunta que por qué quiero ir allí, de nuevo mostrando esa hostilidad a la defensiva propia de los serbios. Decido marchar y me encuentro un día nublado y mucho viento. Genial, Serbia va a despedirme de nuevo a lo grande. La moto se bambolea de un lado a otro de la mala carretera y de repente empieza a caer un chaparrón.
Tras una hora que se me hace un mundo, a diez km de la frontera de Merdare-Besiane sale el sol. No me preguntéis por qué pero todo parece un juego de luces que estaba predestinado a ocurrir. La escenografía perfecta para la historia que más tarde os iba a contar.
Mi primera sorpresa es que la frontera entre Serbia y Kosovo es un trámite de 10 minutos. Los rencorosos serbios no me ponen sello de salida pero los kosovares si me ponen uno de entrada. ¡Genial! ¡Nunca podré decir que salí legalmente de Serbia! Tened esto en cuenta si alguno planeáis venir aquí, los serbios no os dejaran entrar viniendo desde Kosovo. Otro tema a tener en cuenta es que tendréis que hacer un seguro para la moto en la entrada (diez euros por quince días).
Entro a Kosovo y estoy feliz. Paro a hacer fotos en todos lados. Lo primero que me sorprende es la cantidad de cementerios albaneses a ambos lados de la carretera, me recuerdan a lo que se vivió aquí hace 20 años. Haciendo una de estas fotos conozco a Esset, un amable albano-kosovar que tiene un lavadero en Besiane. De su pared cuelgan las banderas de Alemania y Estados Unidos, países de la OTAN que ayudaron a Kosovo a ganar su independencia y que de hecho bombardearon Belgrado en 1999. Me las muestra orgulloso junto con la bandera de Albania.
Esset es un hombre risueño, simpático y bonachón que me enseña su casa y su trabajo con orgullo y sin dejar de sonreir. Me dice que si le espero 10 minutos a que acabe de lavar un Golf me invita a un café. Trato hecho. Nos montamos en la moto cantando La Macarena y vamos a tomar el café. Apenas habla inglés pero entre sonrisas nos entendemos. ¿No es esto contrapuesto a lo que todos tenéis en mente por un albano-kosobar? Pronto comprobaré que Esset no es un caso aislado. Kosovo parece estar de acuerdo en mostrarme su mejor cara. Me despido de él y continúo por la carretera dirección a Pristina. Todo el mundo me saluda y me sonríe. Noto que los kosovares quieren causar una buena impresión en el extranjero pero esta buena cara es real. Realmente siento que se alegran de que visite su país, y yo poco a poco me estoy sintiendo como en casa.
Llego a Pristina y unos hombres me paran. ¡Otro café! ¡Apenas llevo dos horas en Kosovo y ya me han invitado a dos cafés! No me lo creo, estoy radiante de felicidad. De todos los países que he visitado, este es sin duda el más amigable con el turista. ¡Si, Kosovo! Quien lo diría… Una vez más me doy cuenta de o poco que sabemos en occidente y de cuánto prejudgamos ayudados por los medios que nos venden la noticia fácil basada en el topicazo de turno. Ya lo he dicho más veces, el mundo hay que verlo con los ojos de uno mismo, y los míos hoy irradian felicidad gracias a Kosovo.
Decido marchar de este segundo café. Es momento de recordar la historia de este lugar y me dirijo a Gazimestán, el Campo de Kosovo, el Campo de los Mirlos. Aquí comenzó la enemistad entre serbios y musulmanes.
El campo de la maldición Serbia
1389 es el año grabado en la memoria de todo serbio. Concretamente aquí en este lugar que hoy he venido a buscar, tuvo lugar el 28 de junio de 1389 el comienzo de los males de de esta hermosa tierra. Aquí a tan sólo 8km de Pristina, la actual capital de Kosovo.
En el siglo XIV esta zona de los Balcanes estaba bajo dominio serbio. Pero no por mucho tiempo pues los turcos otomanos se aproximaban por el sur. Tras la derrota del rio Martitza, el príncipe serbio Lazar reunió a sus tropas aquí para encarara los ejércitos del sultán Murad I. Ambos ejércitos se masacraron en este lugar y ambos líderes murieron en tan sangrienta batalla. Tras ella, no quedó ningún serbio para defender esta tierra, y los otomanos conquistaron los Balcanes. Ya no se irían hasta 1914. La mayoría de los serbios huyó al norte a las actuales Hungría, Eslovenia o Austria. Los que se quedaron con el paso de los años se convirtieron al islam, lo que hace que hoy veamos una etnia eslava que sin embargo es musulmana. Estos rubios eslavos convertidos al islam, tras 600 años se habían diferenciado de sus vecinos del norte. Serbios y kosovares se reencontraron de nuevo cuando Yugoslavia se unificó bajo el mando de Tito pero su convivencia nunca volvió a ser la misma. Serbia reclamaba Kosovo como suya pues decían que suyo era el lugar donde sus ancestros lucharon contra los musulmanes. Los kosovares tienen el argumento que ellos se quedaron y que llevan aquí más de seis siglos.
El día 28 de junio de 1989, en el 600 aniversario de la Batalla de Kosovo, el recién proclamado presidente de Serbia Slobodan Milosevic dio un discurso aquí para el que hizo venir a un millón de serbios. En este discurso llamó a los serbios a la guerra y a recuperar lo que según él, les pertenecía. Este discurso fue el precursor de la guerra de los Balcanes que seguiría en los próximos años. Tras la guerra serbo-croata y la guerra de Bosnia estalló el conflicto en Kosovo. De tan sangriento que este conflicto se tornó, la OTAN y los EE.UU. intervinieron bombardeando Belgrado e introduciendo aquí los llamadoos KFOR (Kosovo Force), que aún hoy pueden verse en Kosovo.
Serbia nunca aceptaría la derrota, ni la declaración de independencia de Kosovo que seguiría el 17 de Febrero de 2008. Aunque lo peor, es que Serbia parece que tampoco aceptará a aquellos de los suyos que no juren un odio eterno. La inscripción de la torre de Gazimestán reza:
Quien quiera que sea serbio o serbio de nacimiento
serbio de sangre o de herencia
y no venga al lugar de la Batalla de Kosovo
nunca encontrará la prosperidad que en su corazón desea
ni tampoco sus hijos ni sus hijas
ni nada crecerá de lo que trabajen sus manos
ni el negro vino ni el blanco trigo
estará maldito por los años de los años
La gran sorpresa
Vuelvo a Pristina para reencontrarme con la realidad. Continúo viendo sonrisas a mi alrededor y la gente de aquí sigue siendo simpática conmigo. Varias personas me ayudan a encontrar mi hotel llamado La Corte, en el centro de la ciudad. Veo infinidad de banderas albanesas, europeas, alemanias, estadounidenses y de la OTAN. De hecho Pristina tiene incluso una estatua levantada en honor a Bill Clinton.
Llego al hotel y charlo con sus empleados. Pronto se une algún que otro amigo y de nuevo, vuelven a invitarme a tomar algo con ellos, esta vez una cerveza. Los kosovares son gente realmente encantadora, ninguna de estas personas ha sido una excepción, ser amable parece ser la norma en este lugar. De hecho ahora mismo debo confesaros no me apetecía nada sentarme en una esquina a escribir, y estoy deseando acabar para volver a charlar con ellos.
A diferencia de su vecino, aquí no hay carteles ni odiando ni pidiendo la cabeza de los serbios. La ciudad parece llena de vida, todo el mundo ríe y vive sus vidas. La felicidad es palpable en el ambiente, las terrazas están llenas de gente y en las calles tocan música y corretean niños. Pristina me muestra una gran realidad: Kosovo es un paso adelante, sin echar la mirada atrás. Seguro de su futuro no parece querer remover su pasado. Por ellos diré que no más historia por hoy, la historia de los kosovares está por escribirse. La escribirán estos niños que corretean felices, estos jóvenes arreglados para salir a tomar algo que buscan lo mismo que tú y que yo: estudiar, trabajar, tener una familia y SER FELICES.
Lo que veo es el perfecto reflejo de la bandera de este lugar: la figura de Kosovo sobre la que penden seis estrellas que representan los seis grupos étnicos del país viviendo en una perfecta harmonía. Quiero soñar con que esto siempre sea así.