Un lugar para compartir

Hernán y yo habíamos dormido en Shkoder la noche anterior junto a uno de los dos italianos en moto que nos acompañaron desde el lago Koman. Se llama Giulio y es un guapo actor italiano, gran tipo y primerizo en esto de las aventuras en moto.

Entre el buen ambiente del hostel «Mi casa es tu casa» y la buena compañía se nos enreda la mañana y no salimos hasta las doce. Hernán y yo tenemos un trayecto corto, continuaremos nuestro viaje en dirección a la bahía de Kotor, Montenegro, donde a él le esperan en un hostel para hacer voluntariado por un mes.

Marchamos bien despacio, a una velocidad que nos deja ir hablando y disfrutando del paisaje al mismo tiempo. Estoy disfrutando mucho de poder viajar con alguien de habla hispana, estoy disfrutando mucho de poder viajar con alguien tan risueño y alegre como Hernán.

La «plasha» papá!

Vemos el mar a lo lejos y a los dos se nos levanta el espíritu, empezamos a chillar y nos chocamos la mano como locos. Parecemos dos estudiantes llegando a una fiesta de fin de curso solo que la escena es más cómica al venir los dos en una moto cargada hasta los topes. Budva aparece ante nosotros. ¡Vamos allá!

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Paramos en una playa enfrente de Sveti Stefan a bañarnos y a comer nuestras frutas y pasteles de carne (burek) que habíamos comprado por el camino. La compañía de Hernán es muy agradable, fácil y sobre todo es un tío que suma. Me encuentro realmente bien viajando con él.

Cuando cambiamos de playa encontramos un verdadero festival. Playas privadas con DJ, gente de gimnasio y mucha fiesta. En esta zona de Budva se montan grandes eventos al atardecer, es una pequeña Ibiza en Montenegro. El problema de toda esta zona empieza a ser lo abarrotada que está de turistas, locales e italianos sobre todo. Aún en este punto no agobia pero la concentración de gente es elevada e irá subiendo de aquí a Dubrovnik.

Al caer la tarde continuamos el camino hasta Tivat donde me debo despedir de Hernán. El hostel parece que le acoge como voluntario y yo decido marchar, aunque lo hago con un nudo enorme en la garganta. No quiero despedirme aún de él así que volveré a la mañana siguiente.

Clases de coaching

Por ahora marcho a Kotor donde me espera otro gran tipo, mi compañero de trabajo Roger que ha venido a los Balcanes de viaje con su familia. Quedamos en un extraño museo de gatos que hay en el centro histórico y vamos a cenar. Es muy agradable encontrarme con él fuera de horas laborales, cuando los dos podemos hablar de cualquier cosa…menos de bonos. Aquí conozco a su mujer, Cristina, que por lo buena que la veo le doy la tabarra con las ideas que recientemente había contado en el blog sobre el miedo. Ella sin embargo me escucha con interés ya que ha hecho coaching sobre el tema de la confianza en uno mismo. La confianza es contraria al control, me dice. Aquellas personas que deseen tenerlo todo controlado van a ser más propensas a perder esa confianza cuando algo no salga tal y como habían planeado (algo muy frecuente en esta vida). Por tanto aquellas personas que sean más propensas a tener todo lo que ocurre bajo control serán más propensos que falle su confianza y por tanto sufrir la emoción del miedo. Simplemente debemos dejar fluir las cosas y confiar en que saldremos de cualquier situación, las cosas nunca serán exactamente como las planeamos.

Pero esa confianza vendrá de de tres patas:

  • Histórico: Lo que hayamos vivido con anterioridad
  • Competencia: Lo preparados que estemos para afrontar lo que pueda venir.
  • Sinceridad: Con nosotros mismos, saber qué queremos, que podemos hacer, y sobre todo, tener muy claro qué harías si no tuvieras miedo.

Entendiendo esto, seremos capaces de entendernos un poquito mejor y de cumplir aquellas metas que tengamos en mente. Seremos más capaces de conocernos.

Kotor

Tras la cena del día anterior, Roger y yo madrugamos para subir a las murallas de la ciudad de Kotor. Es una caminata empinada que dura unos 20-30minutos yendo a buen paso. Las vistas desde aquí son espectaculares, puede verse toda la bahía de Kotor.

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Viendo los antiguos torreones recuerdo que una pareja alemana me había dicho en Shkoder que habían dormido con su tienda de campaña aquí arriba en las murallas. En unos años seguro no será posible, pero aún puede hacerse debido a la poca vigilancia y posiblemente sea de las mejores experiencias que uno pueda tener aquí.

A las 9 la cosa empieza a llenarse ya que dos cruceros han llegado al puerto, así que nosotros aprovechamos para desayunar y marchar. Roger, su familia y yo nos despediremos aquí, pero nos volveremos a ver pronto en Madrid.

Vuelta a la soledad

Desde aquí marcho a Tivat a despedirme de Hernán, quien ha pasado una buena noche en el hostel. Le veo completamente feliz, hay muchos otros voluntarios de habla hispana y le veo como pez en el agua. A alguien como el le irá bien aquí. La despedida me cuesta y me emociono cuando le digo adiós. Hay veces que conectas con alguien, que le sientes cercano y creas un cierto vínculo con él. Estos dos días que yo he pasado con Hernán han sido suficientes para mi para crear ese vínculo con este simpático argentino. Tengo la sensación y espero que nuestros caminos se vuelvan a cruzar en el futuro.

El camino a Dubrovnik se me hace duro. Estoy teniendo una de las mejores experiencias motociclistas de mi vida al rodar por la bahía de Kotor. Nunca, salvando la Toscana, vi un lugar más hermoso para recorrer en moto.  Sin embargo no lo estoy disfrutando al cien por cien, la soledad se me hace presente después de haber compartido momentos con tantas personas. Me vuelvo a encontrar conmigo mismo, vuelvo a tenerme delante para aprender de mis propias reacciones.

Continúo cabizbajo y pensativo, cruzando la nueva frontera sin detenerme demasiado. El ánimo me viene arriba una curva antes de llegar a Dubrovnik. La ultima vez que intenté llegar a esta ciudad por el norte rompí la cadena de la moto y no tuve tiempo de continuar. Tan sólo unos metros y habré roto esa pequeña maldición. Un poco más…un poco más…y la bellísima Dubrovnik aparece ante mi. Me siento eufórico, como un niño. He cumplido aquello que dejé pendiente en abril, esta vez si la tengo a mis pies.

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La ciudad es realmente preciosa, pero hoy es un puro escenario para el turista. Sus callejones de piedra son hoy, en agosto, aglomeraciones de turistas apretujados como sardinas. Los precios son comparables a los de Venecia (una botella de agua pequeña cuesta 2 euros, una pizza 16, o una cama en una habitación compartida con 10 personas 40 euros). Es una verdadera locura. La temperatura a más de 40 grados no ayuda y el paseo se empieza a convertir en un calvario. De nuevo como en la bahía de Kotor, el lugar es inmejorable pero no lo estoy disfrutando al cien por cien. Me gustaría poder volver a  visitarno en el futuro, pero cuando lo haga será para compartir la experiencia con alguien. Creo que esa es la mejor forma de disfrutar de ciudades como Dubrovnik o Venecia.

La costa croata y montenegrina es en general preciosa, inmejorable, pero un lugar abarrotado por el turismo de masas que forma atascos de tráfico y también de personas. El lugar guarda sin embargo una pequeña esencia de un mediterráneo que ha sufrido pocos cambios, tal y como fue en su origen, tal y como aún hoy es en la preciosa y menos turística Albania. No os diré por tanto que merece la pena, ni os contaré su historia pues muchos otros hablan ya de estos lugares y con más información que la que yo he reunido. Sólo os diré que es un lugar increíble para compartir con alguien especial.

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