Samarcanda, la mítica ciudad de la Ruta de la Seda. ¿Cómo iba a imaginar que entraría en ella en mi propia moto?
Cuando lo hice no lo creía, veía el Registán a lo lejos y una extraña fuerza no me dejaba acercarme a él. No quería conquistar el mito… Una vez lo hiciera, dejaría de ser un sueño, un sueño que había mantenido por largo tiempo. Los sueños mantienen una llama encendida dentro de nosotros y mi llama de Samarcanda iba a apagarse, iba a ser parte de mi memoria y de mí mismo. Es ahora un imborrable recuerdo.
Lo hemos logrado, estamos en Samarcanda. Hemos conquistado el lejano oriente, la aventura de la Ruta de la Seda…
Esa es la gran tristeza de los mitos, de los sueños no realizados, que están hechos de fino cristal que se resquebraja cuando uno los hace realidad.
Pero no vayamos tan rápido, empecemos por Samarcanda, por el mito, por el sueño…
«Es tal la riqueza y la abundancia de esta gran capital que contemplarlas es una maravilla” – dijo Ruy Gonzalez de Clavijo, un español que en marchó en 1404 a entablar relaciones diplomáticas con el rey tártaro Tamerlán el Grande quien había proferido grandes derrotas al sultán turco Bayezib I y había rescatado a dos damas españolas secuestradas por este (doña Angelina de Grecia y doña María Gómez). La intención de aquella embajada era atacar a los turcos desde un doble frente,desde el este y el oeste.
Samarcanda fue una de las grandes capitales de la Ruta de la Seda junto con Merv, Balj, Nisapur y la olvidada Rayy. Estas ciudades mezclaban lo mejor de Asia y occidente y en un importante enclave comercial (aquí se comerciaba seda, rubíes y diamantes de China, especias de India, cueros de Mongolia…). Su riqueza no era sólo económica sino también cultural ya que aquí se encontraban musulmanes, cristianos nestorianos y zoroastristas. En la obra «Samarcanda» de Amin Maalouf que pretende recuperar el llamado «Manuscrito de Samarcanda» que se hundió en la noche del 14 al 15 de abril de 1912 junto con el Titanic, el cadí de Samarcanda Abu Taher le cuenta al sabio Omar Jayyam (a quien debemos el uso de las x en las ecuaciones) que muchas ciudades pretenden ser las más hospitalarias del Islam pero sólo Samarcanda merece semejante título. El cadí le explica que en la ciudad hay más de dos mil fuentes colocadas en cada esquina de una calle, hechas de barro cocido sobre cobre o porcelana y constantemente llenas de agua fresca para apagar la sed de los transeúntes. Le dice que todas ellas han sido regaladas por los habitantes de Samarcanda a aquellos que visitan la ciudad.
Pero aquella Samarcanda y otras perlas de la ruta de la seda quedaron reducidas a ruinas y su población fue exterminada por las hordas de Gengis Khan, que llegaron a Samarcanda en 1220. Samarcanda volvió a brillar (no así las otras) debido a convertirse en un futuro reino llamado Tamerlán, que debe en parte su importancia a Timur-i-Lenk (Tamerlán el Grande, 1336-1405), gobernante que expandió su imperio desde Anatolia (Turquía) al océano Índico. La Samarcanda que vemos hoy es la Samarcanda de Tamerlán, la antigua Samarcanda de Jayyam quedo enterrada bajo la arena del desierto un poco mas al norte.
Tamerlán fue enterrado en el mausoleo Gur-e Amir «Si yo me levantase de mi tumba, el mundo entero temblaría». Se levantase o no, el Gran Tamerlán ha dejado un legado incalculable a esta ciudad, y a la humanidad.
La ciudad hoy sin embargo cuenta con tan solo tres o cuatro conjuntos arquitectónicos de esa época. El resto, incluida la ciudad vieja y el bazar, han sido remodelados y reconstruidos a los tiempos modernos. Samarcanda es una ciudad nueva, pro-rusa, en la que lo que más destaca es un gusto desmesurado por las luces de neón y la pasión de sus gentes por el musicón ruso y chechenio. No queda nada mas que cuatro edificios de aquella leyenda sobre una ciudad del lejano oriente, podéis creerme. De hecho las calles están extensamente iluminadas por las noches, la música resuena en todos lados.
Además de la comida y la gente, hay tres cosas que ver en Samarcanda: el Registán (un conjunto de tres madrasas o escuelas coránicas, la primera foto), el mausoleo de Tamerlán (segunda foto) y Bibi Khanum (fotos tercera y cuarta).
Caminando por sus calles llegamos Bibi Khanum, según parece la mezquita más grande de Asia Central (aunque no sé qué queda de ello). Bibi Khanum era la esposa de Tamerlán y era tan bella que el arquitecto de la mezquita se enamoró perdidamente de ella. Ella le intentó disuadir enseñándole cuarenta huevos pintados y diciéndole: “a pesar de que estos parezcan diferentes, su interior te antojará un mismo sabor.” El arquitecto entonces llenó 39 botas de agua y una de vino y mostrándole esta le dijo: “a pesar de que todas las botas me refrescan, sólo esta logra embriagarme”. Bibi Khanum se dejó entonces besar en la mejilla con la condición de que el arquitecto pusiera su mano entre la mejilla y sus labios, pero este no lo hizo dejándole una marca a Bibi Khanum. Cuando Tamerlán la vio, encolerizó, lanzo a su mujer al vacío (la cual se salvó gracias a lo grueso de su vestido) mientras que el arquitecto tuvo que huir.
Estas son tan solo algunas de las historias de Samarcanda, la mítica ciudad. Hoy queda una ciudad maravillosa, que intenta reenfocarse al turismo, el cual sigue siendo sorprendentemente escaso dada su historia, arquitectura y seguridad de la ciudad así como lo rico de su comida. Pero no imaginéis grandes bazares ni una aventura de oriente, no la hay. No imaginéis el ambiente árabe u oriental de un centro histórico turco o marroquí, imaginad más bien una ciudad más o menos moderna con algunas (tres importantes) atracciones turísticas intercaladas a cosa de un kilómetro una de otra. Imaginad hordas de gente queriéndose fotografiar con vosotros, música rusa y mucho mucho calor, tanto como podáis imaginar. No queda ya nada de aquel mito de aquella Ruta de la Seda en mi recuerdo.
Mañana, marchamos a Bukhara, os explicaré cómo más adelante.
Que pena que la modernidad arrase con los lugares y construcciones originales de una cultura ancestral, hoy irrecuperables, y no deje vestigios de la historia ahí vivida.
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Gracias por tu comentario Virginia! De hecho aveces parece que el gusto por lo ancestral es mas un gusto que compartimos occidente y China, pero casi ninguna otra cultura…
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