Amanecimos en Song Kol tras una noche fría con un sol radiante que calentaba con fuerza. Fui a caminar por el lago y ya no me sorprendía ver a aquellos jinetes pastorear vacas y caballos, por alguna razón empezaba a ser normal para mí. Los humanos tenemos una gran capacidad de adaptación que se aplica también a la belleza. Eso siempre me ha sorprendido y es principalmente lo que a mí me convierte en un viajero temporal y no en alguien que viaja con la prisa de acabar el mundo en cuestión de dos años. Pero hay una segunda razón aún más poderosa, enfrentar el final de un viaje.
Tras despedirnos nuestros amigos rumanos (quienes viajan en moto desde Rumanía hasta Mongolia) marchamos de Song Kol rodeando el lago. Mi paso era extremadamente lento y me paraba en cada lugar, quería respirar aquel momento. Necesitaba pensar, pero no pensaba. Simplemente respiraba tiempo con la mente totalmente en blanco.
Es curiosa esa sensación de anhelo de algo que se tiene en el presente. Me estaba despidiendo de aquellos nómadas y de aquel lago. En realidad me estaba despidiendo de Kirguistán y no solo eso, también de todo el viaje por Uzbekistán y Tayikistán. Me despedía de todos aquellos lugares, olores y sobre todo de todas aquellas personas que conocimos durante el viaje. Me despedía de Sambor, de las gentes de Shakhrikhan, de Habib, de los anónimos tayikos del corredor de Wakhan y de Cholponbek, de los nómadas kirguisos y de su tierra. Mi mente no estaba en blanco, todo aquello pasaba por ella de forma inconsciente una y otra vez. Estaba anhelando en tiempo presente, que sensación tan curiosa. Anhelaba pues sabía que me despedía, que acababa. Era por ello una sensación agridulce: había conocido, el viaje me había sumado, pero me dolía que aquel pasado sueño no iba a ser más que un recuerdo.
Tras cincuenta kilómetros aparecía el asfalto y podíamos rodar con calma, pensando dentro del casco. Así me gane una nueva multa de diez euros por exceso de velocidad. Esta multa fue rápida y sin recibo.
Al cabo de una hora apareció el Issyk Kul como una gran masa de agua entre montañas. Recordé que había leído sobre este lago por primera vez en el libro de la vuelta al mundo en moto de Fabián Barrio, y él quedó prendado por el lugar. Mi primera impresión fue que los locales no habían sabido aprovechar semejante lago pues los pueblos estaban todos a varios kilómetros del agua. Pero más adelante aparecen las playas, la gente bañándose. La orilla norte al parecer es muchísimo mejor. No hay un solo extranjero en estas playas de agua dulce y helada, rodeadas de montañas nevadas. Nunca había visto olas fuera del mar, ni habia olido un mar sin olor a salitre. Eso es Issyk Kul, el lago más grande de Kirguistán. el lugar merece la pena y entiendo como este sitio fue el lugar de descanso de un viajero que dio la vuelta al mundo en moto como Fabián. Es perfectamente entendible, es un lugar que trae tímidos recuerdos a nuestra natal España y a sus playas salvando por supuesto las enormes distancias y diferencias.
Aquí dormimos, en un lugar pasado Ton. Aquí descansamos y aquí me bañé en el lago Issyk Kul. Mi mente seguía pensando en blanco y yo no hacía grandes esfuerzos en activarla. Así acababa mi viaje, con esa vista de mis pies bañándose en agua helada con unas montañas nevadas en el fondo. Ese era el fin.
Allí me senté en la orilla a ver como las olas removian la arena, más gruesa que la de nuestras playas. Allí veía como se evaporaba un sueño para ser parte de mi vida, lo habíamos hecho, el viaje había acabado y había salido bien. Me llenaba de felicidad y de nostalgia, me di cuenta de que amaba el mundo y la sensación de conocerlo. Aún tenía muchísimo mundo por recorrer y eso me alegraba y me aliviaba, podría repetir esta sensación decenas de veces que el mundo seguiría ahí, aún por descubrir para alguien como yo. No quiero acabarlo tan pronto, disfrutémoslo en pequeñas dosis, me dije. Que cada vez que lo veas te sorprenda, que la libertad del viaje te inunde los pulmones cada vez. Que te llene respirarlo. El mundo es un lugar increíble e increíblemente habitable gracias a sus gentes, con eso es con lo que me quedo siempre que me expongo a él. Me siento feliz de saber que aún queda mucho por descubrir y que en alguna choza pérdida de África, en un templo en los Himalayas o en una cabaña en Patagonia ahora mismo viven personas con las que cruzaré mi camino en algún momento. Qué bueno es saber que el viaje no ha hecho más que empezar.