Quién me iba a decir a mi que volvería a Marruecos; al menos quien me iba a decir que lo haría tan pronto. Es marzo de 2019 y hace tan sólo tres años que vine aquí con la misma moto. Ese fue su primer viaje y podría decirse también que fue mi primer viaje en moto si no contamos aquella pequeña epopeya toscana sobre una Vespa de 125cc. También siento que este es nuestro último viaje juntos, mi último viaje con Othar. Pero vayamos por partes.
Hace tan sólo unos días dejé mi trabajo en un banco vasco donde he pasado los últimos seis años de mi vida. Curiosamente seis, mi número mágico – creo que todos tenemos irracionalmente un número con el que sentimos una mayor conexión y el mio es el seis. Por mi contrato, estaré algo más de dos meses sin trabajar antes de poder comenzar en Londres en un gigante suizo de la banca de inversión. El cambio me daba la oportunidad, sin descuidar las debidas mudanzas y un tedioso examen cortesía del regulador británico, de disfrutar de un pequeño viaje. Esto sonaba de maravilla pero es ahí donde descubrí otra de las curiosas peculiaridades del ser humano. Nos guste o no, el trabajo ocupa una parte importantísima de nosotros mismos, de lo que somos y de con quién nos relacionamos. Además ocupa una parte indiscutible de nuestro tiempo y cuando uno lo deja se siente de nuevo ocioso al precio de perder una parte innegable de lo que es. Un pequeño hueco se abre dejando al descubierto un vacío que debe llenarse poco a poco con un nuevo trabajo, nuevas actividades, o simplemente por el ancestral lujo de ver pasar la vida sin hacer nada – arte en el cual soy realmente torpe muy a mi pesar. Esto hace que nuestras emociones se multipliquen; tanto la alegría como la melancolía y la tristeza, todo tiene ahora más hueco para explayarse. Todo parece venir grande. Es esa sensación de la que tantos y tantos jubilados hablan; y si, yo la estoy viviendo hasta un cierto grado a mis veintinueve años. Esta curiosa sensación humana del ocio sin obligación yo la desconocía – o más bien, la había olvidado.
Antes de saber esta peculiaridad humana yo había planeado concienzudamente la opción de un viaje a la India sobre una de esas preciosas Royal Enfield que ahora vemos en Madrid a pesar de que fallan más que una escopeta de feria – las modas y sus curiosidades. Sin embargo aquella sensación de vacío me pedía algo más familiar, algo conocido. He hecho enduro en La Mancha hasta la sacedad, disfrutado de mi madre y mi hermana todo lo que mi trabajo no me permitía y de mi amigo Jorge – más conocido como Churre. Pero también quería viajar y en lo más profundo de mi ser sólo Marruecos se me antojaba lo suficientemente familiar a la vez que mantenía esa chispita de aventura necesaria en todo viaje de verdad. Esto es lo que yo sentía al pensar sobre Marruecos: cercanía.
Pensando esto llevo tres días esperando un barco que me cruce el estrecho a pesar de este maldito temporal. Tres días que por otro lado no he desperdiciado y me he dedicado a viajar desde Tarifa a Ronda y contemplar la serranía de esta región en todo su esplendor. La brisa – huracanada – del mediterráneo se mezclaba con plantas agradablemente olorosas que mi cerebro atribuye sin razón aparente a esas flores amarillas que cubren las montañas de color entre el blanco de los preciosos pueblos andaluces. Ese mismo olor se percibe en ambos lados del estrecho, esa misma brisa – huracanada – y esos mismos pueblos blancos. De hecho, venía leyendo el mítico libro «Del Rif al Yebala» de Lorenzo Silva que fue escrito en 1997 y que describe a Chefchauen como una perla blanca similar a los pueblos andaluces. Las dos caras del estrecho tienen mucho en común como también lo tenemos los que las habitamos. Ni nosotros somos tan europeos tras 700 años de ocupación musulmana ni ellos son tan africanos. De hecho, recientemente otro mítiquísimo libro llamado «Armas, gérmenes y acero» escrito por Jared Diamond me descubrió un sorprendente mapa. En él se mostraba a África separada por las cinco sub-razas humanas que la habitan. A los musulmanes del norte los cataloga como «blancos» afirmando que esta etiqueta es usada desde los países eslavos hasta los musulmanes del norte de África. Solo al sur del Sáhara aparece el África negra que a excepción de los «blancos» se divide en diferentes sub-razas. Llegados aquí es necesario recordar como hace Diamond, cual es la diferencia entre raza y especie. Los pastores alemanes y los chiguaguas no se parecen en nada pero son de la misma especie: el perro. Eso puede comprobarse en que pueden aparearse y tener descendencia. Son de la misma especie, pero de diferentes razas. Por el contrario, un chiguagua jamás – jamás – podrá tener descendencia con un gato pues su evolución genética se separó hace demasiado tiempo. Los humanos somos todos de raza «sapiens» – y nos cargamos a todos las otras razas incluyendo neandertales y homo erectus entre otros – pero existen diferentes sub-razas. Esto cierto hasta que deja de serlo cuando el mensaje adquiere connotaciones políticas o racistas. Bajo una consideración amplia de raza e incluso sub-raza, se sorprenderá alguno, marroquíes y eslavos son lo mismo y por lo tanto también españoles y marroquíes.
Afirmaba de hecho Gonzalo de Reparaz que «el África Mediterránea, o mejor bereber, empieza en el Pirineo» y que la naturaleza bereber de la Península Ibérica no fue alterada por los romanos, ni por los godos, ni por los conquistadores posteriores. Quizás sea mucho decir pero mientras surco el estrecho recuerdo la mención de Lorenzo Silva al crítico libro sobre el colonialismo español escrito por Miguel Martín en el que se narra el amotinamiento de un grupo de reclutas en Málaga negándose a embarcar hacia África en 1923 con motivo de la descorazonadora guerra del Rif – esto es, dos años más tarde del desastre de Annual. Aquellos hombres que podrían ser mis bisabuelos decían:
«¿Por qué tenemos que civilizarlos si no quieren ser civilizados?¿Educarlos a ellos, nosotros? No sabemos ni leer ni escribir, nuestros pueblos no tienen escuelas, dormimos con la ropa puesta, reventamos de hambre y de miseria, el amo nos roba y si nos quejamos la Guardia Civil nos muele a palos. ¿Qué vamos a enseñar a los rifeños si somos tan miserables coño ellos?»
Esa es la Gran España que surcaba los mares en busca de colonias. Esas eran también la Gran Francia y la Gran Bretaña tan imperiales que nos describen los libros de historia. Esa es la realidad de nuestro pequeño mundo de hombres que juegan a enriquecerse y a dibujar líneas donde sólo nosotros podemos verlas. Volviendo a Gonzalo Reparaz, este decía que qué gran nación se perdió al quedar España y Marruecos separadas pudiendo controlar estos dos pueblos hermanos las puertas del Mediterráneo. Que gran idílica idea aplicable a todas las razas de nuestra especie común que habitan la Tierra, ¿no os parece?