Casi siempre he viajado solo. Cuando uno viaja acompañado disfruta de la compañía de esa persona, comparte la vivencia en todo momento. Viajar solo no te da ese lujo de compartir con alguien conocido, pero te permite compartir mucho más con el desconocido.
Esto ha sido así hasta que un maldito virus ha decidido pasearse a sus anchas por este mundo. En el norte de Britania la paranoia es casi tan grande como la que existe en España. Y me sorprende: me había acostumbrado demasiado a Inglaterra, quizás el único bastión de los hombres libres. Aquí debo usar mascarilla en cada establecimiento, en cada gasolinera. La gente se aparta, guarda distancia, te mira con recelo. Ya no somos humanos sintiendo a humanos, somos gacelas temiendo ser atacadas por el león, cualquiera parece una amenaza, debemos desconfiar. Perdonadme, no lo comparto, lo siento.
Como un sándwich rápido y paso de largo Edimburgo – ya habrá tiempo de verlo a la vuelta. Me dirijo a Stirling, la puerta a los Highlands. Un lugar que todos conocéis quizás sin saberlo: el lugar que hizo famosa la identidad y la independencia escoceses. El lugar donde un tal William Wallace vapuleó por primera vez a los ingleses.

Stirling está en una llanura rodeada de colinas. En una de ellas se asienta un castillo hecho a piezas, en otra un gran monumento en forma de torre, el monumento a Wallace. Stirling se extiende entre ambas, blanca y gris, uniforme y aburrida. El monumento a Wallace sorprende, como si quisiera estar a la altura de la leyenda que representa. ¿Qué hizo tan famoso a aquel hombre de cara pintada? Un lío como otro cualquiera.
Cuando el rey escocés Alexander III murió sin heredero en 1286, varias familias de la zona empiezan a disputarse el trono. Edward I, el rey inglés fue consultado como mediador pero este, en lugar de mediar, decidió que una disputa entre escoceses era un momento inmejorable para invadir Escocia. Es en este momento cuando 6.000 soldados ingleses son recibidos en Stirling por aquel hombre con el rostro pintado de azul, un pequeño noble que luchaba al estilo de las guerrillas. Los ingleses ocuparon el castillo de Stirling, pero Wallace y sus hombres les derrotaron en 1296. En 1304, cuando Wallace ocupaba el castillo, los ingleses volvieron con 16 catapultas más la llamada War Wolf, la mayor catapulta conocida hasta el momento. Esta, destrozó la puerta del castillo con solo un disparo. Así, cayó Wallace, decapitado en Londres.
La guerra continuó sin su héroe y años más tarde, un renombrado líder escocés llamado Robert de Bruce consiguió expulsar de nuevo a los ingleses en la batalla de Bannonburn. Una vez venció, Robert, quien tiene una estatua enfrente del castillo, destrozó la fortaleza para que ningún ejército inglés pudiera volver a usarla.

Stirling no es hoy más que un pueblo aburrido y monótono entre colinas, cuya historia es su tema regalo. Un castillo reconstruido a retales en diferentes momentos del tiempo se alza donde de Bruce quemó la antigua fortaleza, y el monumento a Wallace recuerda a un héroe que tengas veces se ha usado por movimientos a favor de la libertad a lo largo y ancho de este mundo – defina usted libertad como le de la real gana, en este caso.
Se hace tarde, voy a dormir en una granja, la Woodcockfaulds House – os la recomiendo.
